Hace un par de meses una amiga me preguntó si en algún momento pensaba que me merecía o no las situaciones que ocurren. Me dijo que no la respondiese y fue lo mejor que me pudo haber dicho porque cortó de raíz la respuesta visceral que acaba de salir de mi cabeza (o del corazón o del alma) para darme la posibilidad de pensar y recapacitar con tranquilidad y asepsia sobre la pregunta que me acababa de soltar. Del no rotundo pasé a relativizar todo y poner en su sitio unos pensamientos que no había analizado en el conjunto general de mi yo como individuo aislado, de mi yo como parte de un entorno cercano, y mi yo como brizna de paja en el pajar del mundo.
Dos de los grandes anhelos de las civilizaciones actuales, en distinto grado de ansiedad, por recibir justicia como respuesta a los valores demostrados durante una carrera profesional, o formativa, nublan la percepción de lo que en realidad espera cada persona a cambio de su trayectoria. Todos los individuos, sin excepción, depositamos nuestras esperanzas en un título, un reconocimiento, un ascenso y una gratificación como contraprestación a unos hitos personales o colectivos alcanzados, dentro de una organización, del tipo que sea. En el extremo del ansiado laurel se encuentra la frustración que nadie presta atención al considerar que no será posible la negación del reconocimiento.
«Me lo merezco, es de justicia»
Cuántas veces en positivo, pero también cuántas más en negativo: «esto no me lo merezco». Nadie merece nada en la vida, como tampoco no se merece otras situaciones, siempre bajo el prisma único y personal de la persona que espera la bendición y desespera por el mazazo imprevisto. Nada, absolutamente nada está bajo el control de persona alguna en el mundo. los condicionantes externos son tantos, tan variables y tan subjetivos que nunca se podrá poseer la certeza de que cualquier iniciativa, personal o colectiva, tendrá una trayectoria como la planificada con anterioridad al desarrollo, como tampoco la naturaleza del fin logrado, si es que se consigue finalizar de alguna manera el proyecto iniciado. Hay que tener siempre muy presente el segundo principio de la termodinámica que nos aboca al caos, la entropía que gestiona el universo, desde el momento de nuestra concepción y a lo largo de nuestra vida. Como he resaltado en muchas ocasiones, la toma de una decisión se encuentra enmarcada en dos supuestos y una certeza: (1) lo que se supone que sabemos sobre el asunto que vamos a decidir; (2) lo que se supone que esperamos que suceda una vez tomada la decisión; (3) el estado emocional en el momento de la toma de decisión. Ser conscientes de que somos ignorantes en un alto grado sobre cualquier materia, aún siendo cum laude; tener conciencia de la enorme cantidad de los agentes externos, e internos, que aparecerán en el transcurso de la ejecución de la decisión y condicionarán su trayectoria; elegir un momento emocional, o no, cualquiera que sea, condicionará irremediablemente el fin.
La justicia siempre es injusta para alguien, se encuentre enlazado con la situación a enjuiciar o no. La justicia se basa en decisiones y éstas ya sabemos que son caprichosas por los supuestos y la certeza en su concepción. La intervención humana en cualquier aspecto de la vida abre innumerables opciones de finalización, por voluntad propia o por imposición de otras decisiones ajenas. Si alguien está pensando en introducir la IA como garante de una justicia sin supuestos y certeza es que no conoce o se auto oculta la realidad que se esconde tras esta falacia global. La IA siempre atenderá a los caprichos e ideologías de los diseñadores, así como de la estrategia oscura que se esconde tras cada una de estas maléficas propagandas.
«Me lo merezco», o «no me lo merezco» serán siempre las respuestas de aquellas personas que no han valorado que su paso por la vida, en cualquiera de sus tramos de méritos, no depende de sus cualidades, capacidades y alma puesta en cada acción por un objetivo. La única gratificación que podemos esperar es la de la propia conciencia de satisfacción individual al haber puesto todo lo que tenemos y sabemos por alcanzar el logro esperado. La consecución total o parcial será el aprendizaje de vida que alimentará el contenedor de experiencias, que estarán muy presentes en la próxima toma de decisiones. Los logros alcanzados serán el resultado de nuestras decisiones y los agentes externos sobre los que no tendremos nunca control, por probabilidad y desconocimiento.
La paz con uno mismo significa el mayor logro de merecimiento que una persona puede alcanzar, con independencia de la calidad y cantidad de méritos conseguidos. La entropía y la certeza de los desconocidos obstáculos que encontraremos en cada decisión, irrelevante o vital, no debe jamás relajar el esfuerzo individual y el compromiso total con el objetivo fijado, sea cual sea el ámbito. Cada decisión que tomemos podrá afectar a millones de personas como respuesta al «efecto mariposa» que pondremos en marcha con irremediable certeza.
La condescendencia nunca será una opción para minorar la responsabilidad sobre un fracaso
Ramón Luis Gil Barrigüete

