Nos han enseñado que los sentidos corporales son cinco: vista, gusto, olfato, tacto y oído. Son sentidos con los que nos relacionamos con nuestro entorno, a través de unos órganos y sensores del cuerpo. Es decir, son canales de entrada de información, únicos y personales. La interpretación que hagamos de la información que entra por cada uno de los sentidos es libre y variable en cada persona. El mismo sonido, el mismo sabor, el mismo tejido, la misma visión y el mismo olor puede ser interpretado de mil formas diferentes por cada una de las mil personas que reciban esta misma información. Esta es la riqueza del ser humano y la grandeza de ser distintos.
Hasta la llegada de “lo digital” disfrutábamos de la variedad de lo analógico, de los matices que cada persona podía crear con los “otros” sentidos de salida de información: pintura, escultura, arquitectura, música, danza y poesía o literatura, las seis artes. Cada una de ellas es única según la persona que la cree. Por eso podemos conocer el autor de una pintura sin firma, el escritor de un poema o novela por su tipo de letra, y así con el resto de las artes. Los cinco sentidos analógicos disfrutaban del descubrimiento de una nueva obra y percibían el toque del autor.
Estamos en un mundo super acelerado y super revolucionado por las nuevas tecnologías. Algo que nos han vendido como “transformación digital” o “lo digital”. La digitalización tiene su origen en el magnetismo y el uso de núcleos o toros de ferrita. Simplificando, aplicación de la lógica binaria cero (0) o uno (1), desactivado o activado dependiendo de si la corriente que circula por dos hilos, en forma de malla, magnetiza el núcleo determinado dentro de la red o no. Otro hilo servía de lectura del estado.
La digitalización ha facilitado la universalización del conocimiento, pero ha recortado la grandeza de los cinco sentidos. El exceso está privando de la capacidad de elección, y el almacenamiento “ilimitado” nos priva de la previa selección. Guardamos todo y perdemos capacidad crítica. Los 30Gb/segundo que tiene nuestro cerebro de proceso de información se verán pronto sobrepasados por la velocidad de descarga de información. La nube en dos días almacena más información que la creada por la humanidad desde sus inicios hasta hace una década. El 90% de la información almacenada jamás será vista por alguien, pero ahí quedará y seguirá incrementando el Síndrome de Diógenes digital de la humanidad.
A nivel empresarial “lo digital” está causando el mismo daño, el afán de acumular datos para posteriormente intentar analizar, sesgando siempre y despreciando el impacto racional y emocional. Ante el volumen de información y acceso online estamos perdiendo nuestros cinco sentidos y poder seleccionar según nuestro criterio. La avalancha de oferta es tal que simplificamos nuestra elección a los likes o unlikes, y los que gobiernan nuestro destino son los followers o los heaters. Ser influencer es más importante, más valorado y mejor pagado que ser arquitecto, médico o maestro. Influenciar nuestros sentidos se ha convertido en el objetivo de todas las empresas, engañar nuestra propia percepción sensorial con sensaciones impersonales. Estamos yendo demasiado deprisa y estamos devaluando los cinco sentidos tradicionales convirtiéndolos en los cinco sentidos digitales en manos de otros. Pero nadie quiere parar o frenar, más al contrario, todos quieren ir más deprisa para que los 30Gb de nuestro cerebro colapsen y entonces perdamos por completo la capacidad de reflexión a través de los cinco sentidos.
Es necesario racionalizar y diseñar productos y servicios que las personas puedan sentir en toda su amplitud, darnos la capacidad de tocar, oler, mirar, escuchar y degustar. Aplicar la misma racionalidad y sentido común a la hora de seleccionar la tecnología que verdaderamente necesitas para seducir los sentidos de los clientes.
“Como estamos sumergidos en toda esa información, nos estamos perdiendo algo tan importante como el aburrimiento.”
-Damon Krukowski