El paso del tiempo es una de las variables más invariables que nos modela y transforma. A lo largo de la vida no se es consciente, al menos todo lo consciente que una persona debe ser, de la importancia de la fidelidad, de la fidelidad a uno mismo. Muchas de las fricciones personales, profesionales y sociales vienen marcadas por la impostura que se nos impone para guardar un equilibrio entre lo que somos y lo que se espera de nosotros. “Lo políticamente correcto” también se aplica a lo “familiarmente correcto”, lo “emparejadamente correcto”, lo “socialmente correcto”, y cuando nos saltamos la corrección es como cuando de niños decíamos “culo, caca, pedo o pis” y nos tapábamos la boca con una sonrisita, entre nerviosa, valiente y temerosa, de haber roto con lo correcto.
Con el aumento de la edad y las responsabilidades, las ocasiones de transgredir lo correcto son más improbables por el impacto que tendría en nuestro entorno, que no en nosotros. Nos autoconvencemos de que hacemos lo correcto porque es lo que se espera de nosotros y, por tanto, somos parte de la maquinaria social correcta. Hasta hace pocas décadas solo teníamos como referente la maquinaria social de nuestro entorno y desconocíamos que hay miles de maquinarias socialmente correctas en el mundo. Con internet y la penetración que ha alcanzado en todos los países, incluso en los menos avanzados, nos hemos enfrentado a la realidad de otras correctas maquinarias sociales.
Una persona joven reaccionará de dos maneras bien diferentes ante su primer enfrentamiento a las distintas maquinarias:
- Adoptará cualquier otra a la nativa, en ocasiones cuanto más alejada y enfrentada mejor. La satisfacción de la rebeldía, de estar casi tocando la utopía, aporta una carga de adrenalina que tiende a llevar al individuo a creer que está en el lado correcto (nadie, ni él mismo, lo sabe)
- Defenderá su estatus y el equilibrio que le aporta mantenerse en el engranaje de su vida, como una pieza de la gran maquinaria socialmente correcta. El corsé emocional-social le impedirá validar como viable cualquier otra maquinaria.
Cuando se alcanza la madurez se terminan o disminuyen las luchas internas sobre la corrección de salirse de la maquinaría, tanto si fue seleccionada por rebeldía como si fue la asumida por sumisión, en la que has encontrado el nivel de satisfacción, social, económica o personal, que te mantiene sedado (las tres en rara ocasión coinciden). Con dificultad se encuentra un individuo maduro que se muestre insatisfecho en su maquinaria, a excepción de los excluidos, los que son conscientes de que eligieron mal o los salta matas.
En un momento indeterminado de la vida, tan variable como cada persona, es posible que llegues a caer en la certeza de que las maquinarias son todas medios de control social, desde las más tradicionales a las más transgresoras, incluso las violentas. En cada maquinaria hay una o varias personas que consiguen beneficios de los acólitos. Son quienes fijan las normas de comportamiento socialmente correcto desde el punto de vista que agrada a sus miembros. Simplificando, ofrecen lo que los otros creen que desean.
Una persona será esclava de su propia maquinaria porque fuera no existe posibilidad de subsistir. Los lazos umbilicales permanecen inalterables siempre que nos comportemos como se espera en nuestra maquinaria social. Las revoluciones, a lo largo de la historia, han servido para cambiar una maquinaria por otra, en ocasiones más ventajosa y en otras más engañosa, pero siempre creando nuevas relaciones umbilicales que vinculan a los individuos de manera vital.
Cuando la persona es capaz de hacerse preguntas como cuando era niño, cuando se replantea todo y comienzan de nuevo los “por qués”, en ese instante asalta la peor pregunta que se puede hacer uno mismo: ¿me he sido fiel?
Si te haces la pregunta debes tener en cuenta dos certezas: que estás cuestionando tu vida y que la respuesta no te va a gustar nada. Pero también debes tener en cuenta otras dos: eres consciente de que te queda mucho por hacer y buscas respuestas a tus interrogantes más creativas.
Donde termina el inconformismo comienza la pereza; donde termina la creatividad comienza el declive; donde termina el “yo fiel” comienza el “aquí yace”.
“Cuando un hombre no le es fiel a su propia individualidad, no puede serle fiel a nada”.
Claude McKay