Otoño es el período del año donde se toman las decisiones que determinarán el devenir del próximo año.
Este otoño es especial porque se produce una conjunción interestelar (un poco de humor) puesto que, a las decisiones propias anuales de las organizaciones, se une el arranque de miles de gobiernos locales, la mayoría de los gobiernos autonómicos y unas nuevas elecciones generales, todos con decisiones trascendentales que marcarán el futuro de los ciudadanos y empresas en los próximos años.
Toda nuestra vida se perfila por las decisiones que tomamos, consciente e inconscientemente. Hay decisiones intranscendentes y otras que cambian por completo nuestro rumbo, personal y profesional. No solo nos afectan de manera individual, más al contrario, producen un efecto mariposa que jamás llegamos a conocer y menos a controlar.
En la toma de decisión intervienen tres factores: el conocimiento que se cree tener del asunto, el control que se cree tener del ámbito afectado y el estado emocional. Ninguno de ellos es objetivo, luego la toma de decisión sobre una misma cuestión siempre tendrá distinto resultado según el momento en que se realice.
Crees poseer el total conocimiento sobre el asunto a decidir, cuando la realidad es que siempre será parcial y distorsionado. Tu propio entorno ayudará a la subjetividad y será mayor en tanto en cuanto más cercanos estén y más posibilidades de prestarles atención tengan. Cada elemento perturbador (persona, información, experiencia, creencia, ideología, prejuicios, pasado, cultura, tradición) tiende a hacer valer su peso, así como a protegerse del resto. Es una conducta inconsciente en lo personal pero muy consciente en lo que te rodea.
Si crees controlar el ámbito de afección que tendrá la decisión, mejor desecha esta convicción porque jamás conocerás el impacto que tendrá, sobre todo en las personas. Cualquier decisión afecta al menos a una persona, a ti, y las reacciones ajenas son impredecibles e incontrolables a priori. Si hablamos de grupos de personas, las masas se convierten en aniquiladoras del autocontrol individual pasando a convertirse en un movimiento de único pensamiento y ejecución.
No controlas los sentimientos, ni los propios ni los ajenos. La cantidad de dopamina y serotonina que tenga tu cerebro en el momento de tomar la decisión fijará ésta, en un rumbo u otro. Eres esclavo de tu química y de la genética que tengas en producir una u otra sustancia en mayor o menor proporción. Por lo tanto, eres prisionero de lo que has forjado durante tu vida y de tus obsesiones e ilusiones de futuro. Aunque la química es posible modificarla con aportación externa farmacológica, el subconsciente está encima de tu hombro como un “Pepito Grillo” .
“Las decisiones tienen que ser arriesgadas por innovadoras, nunca por utópicas”
Ramón Luis Gil
Esta afirmación la he mantenido hasta hace pocos meses, donde mi incesante evolución me ha hecho repensarla. La línea que separa la innovación de la utopía es cada vez más delgada y arriesgado sobrepasarla. La innovación ha tomado tintes dramáticos para muchos emprendedores y empresas que se han dejado llevar por el empuje publicitario de organizaciones públicas y privadas. La trampa de emprender es la zanahoria que va justo antes del palo, que ocultan. Recomiendo la lectura de “La farsa de las startups: la cara oculta del mito emprendedor” (Javier López Menacho). La trampa de innovar (pasando por la peligrosísima transformación digital) por moda en las empresas ha atrapado a muchas tan por sorpresa que siguen sin encontrar salida.
Ahora pensarás que no eres dueño de tus decisiones sino más bien eres un esclavo de ellas porque no tienes el control. He dejado entrever que siempre hay maneras de asegurar que una decisión sea correcta, algo sobre lo que no tendrás certeza plena ni reconocimiento unánime. Para esto existe la crítica, propia y ajena.
- Cuenta siempre con personas ajenas a tu entorno y al de la decisión. Cuanto más alejadas se encuentren del epicentro más sincera y equilibrada será su aportación.
- Fija un plazo real y ajustado a las circunstancias, nunca exigido por tensiones externas.
- No fíes tu decisión a impulsos del momento o a presiones cercanas. Todo ello distorsionará la propia realidad sobre la que debes decidir.
- Una vez tomada la decisión, no dudes ni titubees, hazla común y gobiérnala hasta el final. Comunica de forma eficaz y exige su cumplimiento.
- Los resultados no los analices desde el estado previo a la toma de la decisión, más al contrario, contrástalos con la nueva situación y el nuevo escenario de tu entorno.
- Pide opiniones, nunca consejos. El consejo que esperas es la confirmación de la decisión que no te atreves a tomar. Si buscas una excusa, cualquiera puede ser buena, no impliques a terceras personas.
Nota: sé flexible pues siempre tendrás que ajustar el timón a circunstancias imprevistas.
La soledad en la decisión puede llegar a ser abrumadora y hacernos desistir. Los asesores hacen su trabajo con asepsia para no contagiarse con las consecuencias, inesperadas o no. Las amistades echan mano de su repertorio de experiencias propias que jamás se parecen a las tuyas, pero liberan sus traumas. En definitiva, te encuentras solo ante tu dilema.
La decisión tiene un plazo, fuera del cual pierde todo o parte del sentido. Siempre se apela a la soledad del directivo, del gobernante, del que toma las decisiones, pero todos nos vemos solos a lo largo de la vida. Tan dañino es no tomar una decisión como hacerla efectiva tarde. No caigas en la procrastinación crónica pues tu vida se convertirá en el saco de decisiones que no tomaste y ese peso es incompatible con la evolución y el futuro. Las decisiones, como los sueños, se hacen realidad, no se sueñan.
“El riesgo de una decisión incorrecta es preferible al terror de la indecisión”
Maimonides