Corrían los años ochenta, del siglo pasado, cuando la “teoría del botón” se extendía por las primeras empresas en ser “digitalizadas” (término que se utiliza ahora pero que es más antiguo que la “tana”). Dicha teoría no era más simple que el mecanismo de un chupete, pero casi. Los usuarios creían que toda la magia salía del “botón”, decían: “si solo le tienes que dar al botón y se hace”. Los que por aquel entonces andábamos por eso de la “informática”, tratábamos de hacer pedagogía con menos éxito que el futuro de un caramelo a la puerta de un colegio.
Con tanta animosidad como convencimiento explicábamos que para que el “botón” hiciese “algo” se necesitaba la “programación”. La cara de los personajes era para haber tenido un teléfono móvil con cámara y haber inmortalizado el momento. Ante la ausencia de tal artefacto, solo existente en la mente retorcida de un puñado de genios de entonces, queda en la memoria de los locos que intentábamos apostolizar aquello del “cerebro electrónico”, como ahora la “inteligencia artificial”, a ver si os creéis los jóvenes que antes no andábamos buscando términos retorcidos para que no se preguntara mucho y que la “fe” hiciese el resto.
Los malvados, que se aprovechaban de la ignorancia y la fe del personal, argumentaban, con la persuasión y solvencia de un honoris causa, que algo no funcionaba porque en el trayecto de coche (antes se viajaba mucho en coche para todo), el diskette, o floppy disk, de 8” se había movido y los datos que llevaba se habían desordenado. Os prometo que esta anécdota es cierta y teníais que haber visto la cara del paisano en Cáceres cuando le expliqué que los datos no se movían y le estaban engañando miserablemente. Tampoco nada ajeno a estos días con la diferencia de que ahora se apoyan en la publicidad.
En fin, tiempos de evolución que fueron magníficos e inolvidables. Vivir la transformación “digital”, o como la quieras llamar, de aquellos días ha sido una de las mejores experiencias profesionales y personales.
Cuarenta años más tarde nos enfrentamos a otro cambio que nos anuncian como definitivo y disruptivo. Todo ello entre dos crisis globales, la económica a finales de la primera década del siglo y la sanitaria que golpea con fuerza las economías no repuestas. Durante estos últimos años mucho se ha hablado, escrito, decidido y malgastado sobre las “nuevas tecnologías”.
En mi libro “La gran farsa digital” describo con todo detalle cómo nos están llevando por un camino de engaños sin ningún miramiento. Cada una de las tecnologías que dicen son las que nos salvarán a todos, tiene un gemelo del que nadie quiere hablar porque no está respaldado por las grandes multinacionales, las que manejan el timón a su antojo.
En el Hype Cycle form Emerging Technologies de Gartner, foto de portada, de julio de 2020, se aprecia la cruda realidad, que no hace otra cosa que certificar lo que ha sucedido en estos meses de pandemia y hundimiento de empresas. ¿Puedes afirmar que AI es una tecnología madura? ¿Qué ha hecho AI por las empresas en estos meses? Mi precepción, NO Y NADA, respectivamente.
Estamos inmersos en una inflación peligrosa de la tecnología que se encuentra en fase emergente o adolescente.
Si miramos la evolución de Blockchain, es idéntica, no existe ningún indicador que nos haga sospechar que, a parte de las criptomonedas, pueda estar siendo una plataforma sólida y de rendimiento pleno en organizaciones. Analicemos la siguiente figura. Ni uno solo de los servicios añadidos de Blockchain han salido de la fase de “desilusión”, excepto “Digital Asset Exchanges”, pero al que se le asigna un plazo de entre 2 a 5 años para su consolidación. Ahora, fíjate en una solución llamada “Distributed Ledgers”, tecnología gemela cuyas siglas son DTL. El rango de crecimiento es menor de dos años, PERO NADIE HABLA DE ELLA porque tiene vida propia y separada de Blockchain.

Las soluciones tecnológicas no son buenas o malas en su concepción, así como tampoco en su desarrollo. Mucho menos por la publicidad o las intenciones que se les atribuyen. La tecnología debe estar siempre al servicio del negocio y no al contrario, que es lo que está ocurriendo. Una tecnología será positiva si aporta servicio, pero sobre todo si es flexible, adaptable, líquida.
Por tanto, estamos inmersos en una inflación peligrosa de la tecnología que se encuentra en fase emergente o adolescente, es decir, que no ha demostrado el auténtico servicio que puede mostrar a las organizaciones y bajo qué premisas, situaciones y estados de la organización.
Una vez superada la “teoría del botón”, no caigamos en la trampa de la tecnología del futuro. Adelantarse a nuestra capacidad de comprensión y a la auténtica aportación de estas tecnología solo traerá inversiones fallidas (pérdidas) y con ello comprometer la viabilidad, esta vez sí, futura.
Ramón Luis Gil Barrigüete
Fundador INNOOMNI
ramon.luis.gil@innoomni.com
www.innoomni.com
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