La pandemia debería hacernos reflexionar sobre los modelos preexistentes y el orden que nos ha traído hasta esta situación. Tan solo cuando el futuro se torna oscuro y complejo es cuando parece que tenemos la excusa para tomar decisiones drásticas. En este siglo hemos tenido tres oportunidades con “excusa” para diseñar grandes cambios, de estructura de sociedad, de modelos de gestión, de normas económicas y de orden político.
Todo apunta a que volveremos a dejar pasar la tercera “excusa” sin tomar decisión alguna, y lo pagaremos muy caro. Si “a la tercera es la vencida”, ¿será para bien o para mal? Esta pandemia nos iguala por su globalidad, algo que no ha ocurrido con las anteriores y que es cuestión mayor a la hora de tomar decisiones. Remedando a Albert Camus “lo peor de la peste no son las muertes que deja a su paso, es la desnudez de las almas que muestran un paisaje terrorífico”. Si algo ha aflorado la pandemia es la inversión y perversión de los valores. Salvo extraordinarias excepciones los países están siendo gobernados por personas amorales y sin fundamentos.
Cuando el poder se enfrenta a la razón es grotesco,
tanto como aquellos que lo ejecutan.
Todas las grandes civilizaciones que han sido poderosas a lo largo de la historia, cultural o militarmente, sucumbieron tras el abordaje a las cúpulas de poder de personas sin capacidades que provocaron la decadencia moral y social. No es necesario una crisis económica, tan solo la descomposición de las reglas de comportamiento y pensamiento que las llevaron a ser referencia para el resto de los pueblos. Me gusta decir que cuando el poder se enfrenta a la razón es muy grotesco, tanto como las personas que lo llevan a cabo.
Nuestra civilización es finita, es un axioma. En dos siglos hemos sido capaces de transformar la manera en cómo pensamos, vivimos, nos desplazamos, nos comunicamos, aprendemos, de una manera casi milagrosa. Con las materias primas que nos proporciona la propia Tierra hemos creado herramientas maravillosas y otras destructivas. Pero no hemos sido capaces de vencer los “pecados” que nos llevan, de forma cíclica, a sucumbir, a la destrucción.
El acelerador de nuestra decadencia se encuentra inoculado en la propia evolución tecnológica. La tecnología ha generado necesidades patológicas inexistentes. Las redes sociales han subvertido por completo las relaciones personales hasta el punto de permitir vivir una vida que no corresponde o desacreditar de manera cobarde a personas u organizaciones.
¿Qué ha aportado la inteligencia artificial en esta pandemia?
La tecnología ha pervertido la vida y la misma tecnología debe devolvernos la humanidad. Una gota de veneno puede salvar una vida, pero diez pueden acabar con ella. La velocidad de la transformación innecesaria que nos han impuesto ha llevado a no evaluar la cantidad de gotas que estamos vertiendo en cada plataforma, en cada solución, en cada app. No todo vale y para recuperar los rasgos que identifican a una persona, no a un clan de clones, es necesario frenar y replantear el auténtico valor y el servicio que debe ofrecer a la humanidad, sin pervertirla ni travestirla. No podemos permitir que un timador llegue a asumir un poder supremo por el simple hecho de realizar una perfecta campaña en redes sociales.
La tecnología ha tomado el control del nuevo orden mundial y todo lo gestiona, en manos perversas o simplemente avariciosas. La tecnología ha suplantado la educación en el hogar de tal manera que se ven grupos de niños o jóvenes “uniformados” en vestimenta y moral. Un “influencer” (palabra terrible aceptada por quienes tendrían que velar por la riqueza y pureza de nuestro milenario y universal español que posee el precioso término, influyente) es un adversario casi imbatible para padres y educadores. Miles de “flautistas de Hamelin” acosan y se llevan en formación militar de pensamiento a millones de criaturas expuestas, por inacción de padres también abducidos y por la publicidad del “Mundo Feliz” que prometen.
La tecnología es maravillosa y ha elevado la productividad y la eficacia en todos los ámbitos de la vida, pero ¿vamos a dejar que nos destruya? Tenemos la obligación de hacer una tecnología útil y al servicio de los necesitados, elevando la cultura en países empobrecidos, creando nuevos planes de agricultura en tierras improductivas, consiguiendo más avances en biomedicina (la auténtica revolución tecnológica de los últimos años y nada reconocida), pero no buscando en la IA el “elixir de la eterna juventud”, la clonación del cerebro humano, algo imposible pero que está acaparando una cantidad de recursos inmoral que bien se podrían utilizar en tecnología útil, flexible, líquida.
Te dejo un artículo en el que desgranaba la imposibilidad de replicar o clonar el sistema más complejo que existe, el cerebro humano:
INTELIGENCIA ARTIFICIAL O LIBRE ALBEDRÍO
(artículo publicado el 19 de octubre de 2019)
Cada cual, desde la posición que ocupemos, tenemos la obligación moral de dirigir las decisiones hacia políticas tecnológicas que aporten servicio positivo al conjunto de la sociedad.
«Es realmente curioso cómo las organizaciones no son capaces de reaccionar ante situaciones tan fácilmente reconocibles… o tan complejas de acometer cuando la cultura de la organización impide reacciones desde dentro. Cualquier reacción siempre será mejor que mantener la «estupidez funcional» reconocida.«
Andre Spicer, profesor de comportamiento organizacional en la Cass Business School (City University of London), y Mats Alvesson, profesor de la School of Economics and Management (Lund University, Suecia), son los autores del artículo:
A Stupidity-Based Theory of Organizations
Ramón Luis Gil Barrigüete
Fundador INNOOMNI
ramon.luis.gil@innoomni.com
www.innoomni.com
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